7/3/18

Fenomenología de mi metamorfosis.

Solía ser impulsiva, buena y cabezona.
Pero me sentía larva, que en su interior no hace más que reclamar esa libertad que tanto prometen. durmiendo en las esquinas de mi ser me preguntaba, ¿Por qué no puedo ser yo mariposa?

Intento romper el tejido, caer de mi escondite, gritar pidiendo ayuda, y maldecir a esos putos dioses que siempre callan. Por un segundo me siento perdida en mi prisión interna, extraña y familiar. Hasta que se me ocurre algo. Ni siquiera lo había pensado.

¿Qué pasa si el problema no es la cáscara? ¿Y si lo que pasa soy yo? Dejo de echarle la culpa a mi mala suerte y a este cuerpo duro en el que estoy presa. Empiezo a pensar por mi misma, a sentir lo que soy. Y entonces lo veo claro.

Dejo de llorar, de gritar, de darme golpes. Y por una vez, por una vez escucho. Me concentro en escuchar con todas mis fuerzas a esa voz débil que viene de todas partes. Empiezo a descubrirme, y descubro que son mis gritos hacia afuera lo que me impide escuchar la voz que mi interior me dirige. 

Y entonces, a modo de respuesta, el caparazón se rompe con cariño. Y como si un baño de oro se deslizara sobre mí, las siento. Son tan mías como lo son mis ojos. Salen de mí unas alas bien fuertes, como si hubieran pasado cien años encajadas dentro de mí. No puedo preguntarles si eran ellas las que gritaban, porque la que responde siempre, cada minuto de mi vida, soy yo. 

No me dejo vencer por las costumbres, y vuelo.

Porque solía ser impulsiva, buena y cabezona. Y a decir verdad, no quiero dejar de serlo. Pero ya he dejado de confundir el afecto con la opresión, y una cárcel con mi cuerpo.