27/9/11

No estoy muerta...

No estoy muerta, pero he cambiado de color. Me ruborizo algo menos que antes, y parece que mis ojos están ya algo cansados y grises.
No he dejado de respirar, pero cada uno de mis latidos no deja nunca de ser un grito de ayuda a algo que no existe.
Demasiado a menudo me cuesta limpiar mi mesa y despreocuparme de lo que caiga al suelo, cohesionar mis ideas y hacer de ellas algo bonito.
A veces no quedan más que frases sueltas que puedo desparramar, y que a base de borradores absurdos y oraciones inacabadas dejo en el olvido. Alguna vez me prometí publicar esos borradores, enseñarme al mundo más al desnudo que nunca y sentirme juzgada pero libre, tristemente liberada.

Si digo todo esto y no lo escondo, es solo por que estoy cansada de esconderme, necesito darme señales de vida, aunque sean absurdas y con bastante poco sentido, para recordarme solo eso, que no estoy muerta.

12/9/11

Anónimos.

Todos somos anónimos cuando paseamos.
Nos gusta escuchar el graznido de las aves, el crujido de las hojas secas (no muertas) y las voces también anónimas de los transeúntes iluminados.
Nuestro gesto se vuelve extraño, nuestra personalidad sale a la luz gracias a la pérdida de personalidad del mundo externo. Tras la máscara de la luz nos sentimos poderosos, y nuestros andares se tornan en si mismos brillantes.
Pasamos de sentirnos extraños en nuestros cuerpos a de pronto transformarnos en súbitos amos de nuestro entorno. Nos fundimos con el paisaje y olvidamos hipotéticas miradas de asombro y desaprobación.
El anonimato nos produce placer, nos vuelve seres singulares entre miles de seres singulares a su vez.
No existe mayor éxtasis que anonimizarse para, de vez en cuando, ser uno mismo entre miles de unos mismos en un universo anónimo.

Pero existe una remota posibilidad de que, en cierto modo, alguien nos observe en nuestro estado de anonimato.
Puede que algún otro ser anónimo capte en nuestras metáforas detalles minúsculos que nosotros pasamos por alto en aquel entonces.
Puede que nuestro gesto anónimo salga a la luz y pierda su brillo mudo para volverse, de súbito, público.

A veces nos asusta que alguien pueda entender el sentido real y verídico de lo que en realidad queríamos dar a entender con nuestras palabras, y nos perdemos en la espiral de una metáfora infinita para asegurarnos de que nadie alcanza nuestra verdad absoluta.
Es tan solo entonces, cuando alguien logra romper esa espiral para captar nuestra esencia, cuando dejamos de ser anónimos.

Yo nunca he sido anónima. Siempre os he permitido entrar en la espiral de mi metáfora y que esta adoptara el sentido que vosotros le quisierais dar, permitiéndome siempre el lujo de sonreir modestamente cuando acertábais y, a su vez, de guardarme para mi las diferencias que simplemente quería dejar en el vacío.
Quizás por este pequeño detalle no tenga ningún derecho a exigir que vosotros mismos dejéis de ser anónimos, pero me voy a permitir hacerme algunas preguntas anónimas para que, si quereis, podais ayudarme a entender.

¿Qué es exactamente pasear? ¿Quién soy yo en realidad? ¿Por qué me escondo detrás de metáforas indoloras en lugar de ser clara y concisa?
¿Y tu, quien eres tu?

3/9/11

Tres puertas.

Desnúdame.
Juega con mis sueños y desordena mis ideas.
Hazme creer que todo son tonterías.
Tócame las manos y dime que todo es fácil.
Abrázame.
Dibuja cualquier amanecer en mi espalda.
Dime que mis ojos no están vacios.
Abre dentro de mi tres puertas. Y déjame escoger.
Sé sutil.
No permitas que se rompa la burbuja.
Hazme mía y de nadie más.
Ayúdame a permanecer encendida.

Y vete.
Vete y vuelve. Vete, vuelve y no rompas el hilo.
Recuérdame en cada hoja suicida y cada gota en tu mejilla.

Y dime, no estás sola. Estás viva.