Todos somos anónimos cuando paseamos.
Nos gusta escuchar el graznido de las aves, el crujido de las hojas secas (no muertas) y las voces también anónimas de los transeúntes iluminados.
Nuestro gesto se vuelve extraño, nuestra personalidad sale a la luz gracias a la pérdida de personalidad del mundo externo. Tras la máscara de la luz nos sentimos poderosos, y nuestros andares se tornan en si mismos brillantes.
Pasamos de sentirnos extraños en nuestros cuerpos a de pronto transformarnos en súbitos amos de nuestro entorno. Nos fundimos con el paisaje y olvidamos hipotéticas miradas de asombro y desaprobación.
El anonimato nos produce placer, nos vuelve seres singulares entre miles de seres singulares a su vez.
No existe mayor éxtasis que anonimizarse para, de vez en cuando, ser uno mismo entre miles de unos mismos en un universo anónimo.
Pero existe una remota posibilidad de que, en cierto modo, alguien nos observe en nuestro estado de anonimato.
Puede que algún otro ser anónimo capte en nuestras metáforas detalles minúsculos que nosotros pasamos por alto en aquel entonces.
Puede que nuestro gesto anónimo salga a la luz y pierda su brillo mudo para volverse, de súbito, público.
A veces nos asusta que alguien pueda entender el sentido real y verídico de lo que en realidad queríamos dar a entender con nuestras palabras, y nos perdemos en la espiral de una metáfora infinita para asegurarnos de que nadie alcanza nuestra verdad absoluta.
Es tan solo entonces, cuando alguien logra romper esa espiral para captar nuestra esencia, cuando dejamos de ser anónimos.
Yo nunca he sido anónima. Siempre os he permitido entrar en la espiral de mi metáfora y que esta adoptara el sentido que vosotros le quisierais dar, permitiéndome siempre el lujo de sonreir modestamente cuando acertábais y, a su vez, de guardarme para mi las diferencias que simplemente quería dejar en el vacío.
Quizás por este pequeño detalle no tenga ningún derecho a exigir que vosotros mismos dejéis de ser anónimos, pero me voy a permitir hacerme algunas preguntas anónimas para que, si quereis, podais ayudarme a entender.
¿Qué es exactamente pasear? ¿Quién soy yo en realidad? ¿Por qué me escondo detrás de metáforas indoloras en lugar de ser clara y concisa?
¿Y tu, quien eres tu?
2 comentaris:
Hi ha dos tipus de persona, les que s'emocionen quan algú extreu algo que ni ella mateixa sabia que estava donant a entendre i les que, tot i voler semblar un allau de complexitat, se n'adonen de que hi ha algú que ha pogut simplificar els seus sentiments a nivell d'idees interconectades i busquen les subtileses de les que parles, per tal de donar a entendre que la seva veritat absoluta no ha estat descoberta.
Primer, la veritat absoluta, això què és? I segon, buh! Susto xD
La qüestió és que quan un passeja i té la capacitat d'alienar-se de la resta de persones, té el poder de veure més enllà del que ho faran els altres vianants. Passejar no és res, sino es pot gaudir del passeig (i qui diu passejar, diu anar en bici, etc). Para todo lo demás, és única i simplement transportar-se d'un lloc a un altre ignorant el camí, ignorant el quan i el on, només esperant a cumplir amb el que se t'ha designat fer a l'inici i al final del recorregut.
I... yo soy tu padre, Luke
Aquí sóc l'Anònim; ja que així m'has batejat, així ho deixem. Com a mínim de moment...
Normalment ens amaguem quan sentim por. Ser clar i concís pot causar dolor i instintivament defugim del dolor, per això uns es poden refugiar en metàfores indolores, d'altres en el treball, en drogues, en el joc...
És un simple mecanisme per evitar allò que conscient o inconscientment no volem trobar. Una manera de no enfrontar-nos a la por.
Apart d'un ésser de gènere femení, força inquieta... és una pregunta que has de contestar-te tu.
Passejar... és gaudir del camí, cap a un objectiu o no, però sense preocupar-nos per aquest. Passegem?
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