Por esto no creo que sea bueno exigir ni forzar la permanencia de nada en nuestras vidas, pues el mundo seguirá dando vueltas, y con él, todos nosotros.
Con esto no quiero decir que no hay que llorar o echar de menos, son sentimientos humanos y considero mejor explotarlos e incluso disfrutar de ellos que obligarnos a no sentir, pues no es más que un engaño hacia nosotros mismos. Pero siempre debemos tener en cuenta que todo lo que se marcha es un añadido a nosotros. Cuando nosotros nos vayamos... quien sabe qué habrá, dónde marcharemos y si estaremos solos. Pero igual que vinimos solos, nos despediremos solos. No hay más.
Por todo esto debemos entender las despedidas como algo ajeno a nosotros: algo que nos enriquecía se va, y quizás vuelva, o se marche para siempre. Si no vuelve, quizás quemó esta etapa con nosotros, y no tenía nada más que aportarnos. La mayoría de veces sentimos que no es así, y con el tiempo ponemos las cosas en su lugar y entendemos.
Yo nunca he sabido decir adiós. Y de hecho, no quiero hacerlo. Pero cuando el río sigue su curso y yo me subo a una piedra para observar mejor los árboles que me rodean, no puedo pretender que el río se pare y me espere. A veces el crecimiento personal no está ligado con el de los que nos rodean, y eso duele. Pero forma parte de ese crecimiento, nunca sería el mismo si tuviéramos a alguien cogiéndonos de la mano.
Creo que la felicidad consiste en irse dando cuenta de estas pequeñas cosas, para entender la soledad como se merece, y nunca sentirnos solos en este mundo, donde vinimos y nos iremos solos.