26/12/11

Arrivederci.

Me gusta creer que el mundo es un eterno fluir de todo lo que lo forma, y de esta forma igual que muchas cosas se marchan, otras vienen sin intención de ser sustituto, tan sólo buscando su lugar en un permanente cambio.
Por esto no creo que sea bueno exigir ni forzar la permanencia de nada en nuestras vidas, pues el mundo seguirá dando vueltas, y con él, todos nosotros.

Con esto no quiero decir que no hay que llorar o echar de menos, son sentimientos humanos y considero mejor explotarlos e incluso disfrutar de ellos que obligarnos a no sentir, pues no es más que un engaño hacia nosotros mismos. Pero siempre debemos tener en cuenta que todo lo que se marcha es un añadido a nosotros. Cuando nosotros nos vayamos... quien sabe qué habrá, dónde marcharemos y si estaremos solos. Pero igual que vinimos solos, nos despediremos solos. No hay más.

Por todo esto debemos entender las despedidas como algo ajeno a nosotros: algo que nos enriquecía se va, y quizás vuelva, o se marche para siempre. Si no vuelve, quizás quemó esta etapa con nosotros, y no tenía nada más que aportarnos. La mayoría de veces sentimos que no es así, y con el tiempo ponemos las cosas en su lugar y entendemos.


Yo nunca he sabido decir adiós. Y de hecho, no quiero hacerlo. Pero cuando el río sigue su curso y yo me subo a una piedra para observar mejor los árboles que me rodean, no puedo pretender que el río se pare y me espere. A veces el crecimiento personal no está ligado con el de los que nos rodean, y eso duele. Pero forma parte de ese crecimiento, nunca sería el mismo si tuviéramos a alguien cogiéndonos de la mano.

Creo que la felicidad consiste en irse dando cuenta de estas pequeñas cosas, para entender la soledad como se merece, y nunca sentirnos solos en este mundo, donde vinimos y nos iremos solos.

2/12/11

Lléname de luz.

Tócame.
Exprime mi cuerpo de arriba a abajo, sin pudor.
Duro. Como quien no busca preguntas, tan sólo acata sueños.

Hazme temblar,
dímelo mil veces. Y repite caricias bajo mi ombligo.

Muérdeme el alma, sin piedad.
Rómpeme entera,
y si queda amanecer, haz que mis manos sonrían a las tuyas,
rellena el vacío de mis ojos.

Pinta una luna entera en mi pecho,
y luego llénala de esperanzas.

Que no quede nada de odio en mi espalda.
Espanta las tinieblas, vuélveme loca. Que mis rodillas sufran, que mis pies busquen consuelo.
Tú sólo hazme estremecer como no lo has hecho nunca.

Quiero agarrarme a tu alma para gritar, simplemente, que el mundo está loco.

Dentro de mí.

Dejó todas sus cosas a fuera, en el suelo. Se quitó los guantes, dejando que el aire helado rozara sus dedos pálidos, sus aros de Luna. En el mismo lugar, dejó caer un gorro de lana que electrificó su pelo, lo enredó y lo hizo sublime. Con la simple magia de la gravedad, su abrigo negro se deslizó hasta el infinito, y las botas de nieve impactaron contra un mosquito que pretendía algún destino. Una falda tejana fue abriéndose camino hasta el gélido apoyo, arrastrando calcetines de colores y elefantes, que escondían como un tesoro dos pies magullados y de futuro impreciso.
De alguna forma, también las medias verdes cayeron, y la curva sinuosa tan sólo era oculta por el miedo atroz, y el silencio.
Por fin, tras un par de jerseis y bufandas, quedó ante la nada una única pieza que exponía "Siempre son buenos tiempos para los soñadores". Y sin más, el vació le arrebató también los tirantes. Y sin más, la despojó de todo.
Pudo observar sus cosas, ver en ellas la esencia de.. ¿qué?

Tan sólo el frío entonces la hacía sentir viva. El contacto con su piel, sus dedos fríos palpando un cuerpo estéril, casi muerto. Pateó sus cosas y se decidió a entrar en la caja.
Ante ella, una caja naranja, vestida de flores, recubierta de esencias.
En aquel preciso instante, el contacto con la caja la despertó. Aquel cuerpo gélido empezó a cobrar vida. Sus cabellos se aclararon y decidieron ordenarse, disponiéndose en rizos semiperfectos que caían sobre una espalda ancha, fina, sana. Sus senos dejaron de declarar la guerra para mostrar la paz del alma que empezaba a nacer. Aquella cintura ya permitía un abrazo, estaba dispuesta a tolerar ser rodeada, y en los pies empezaban a distinguirse señales de cariño. Sus manos, en cambio, permanecieron atentas al cambio. Nunca podemos cambiar nuestra esencia, aunque nos llenemos de vida. Pero aquellos ojos... quien volviera a ver unos ojos tan brillantes, llenos de luz, esperanza, admiración, curiosidad...

No hubo más cambios.
Cesó el frío. Noviembre se marchó, para no quedarse. Pero dejó en su recuerdo unos días eternos que transcurrirían hasta el fin de sus días. No tenía miedo. Podría afrontarlo. No estaba sola.

Bajo su propio manto siguió entre los árboles. Ya no podía ver la caja, pero sí sentirla. Y empezó a ver destellos bajo todas manzanas. Las frambuesas saludaban sin tener que cantar nada. Y absolutamente todos los ciervos que pasaron por allí recordarán aquel día.
Pero ella... qué va a ser de ella.