Y si cada uno tiene su caja llena, no hay más que hablar.
Y si una de las dos cajas rebosa, ya se encargará él de vaciarla.
Y si uno de los dos ha perdido la suya... allá él.
-¿Y qué pasa con el que tiene demasiado vacía su caja?, pienso a veces.
Hay situaciones que no dan más de si. Podríamos intentar imaginar tres millones de finales distintos de un idilio, una muerte o una tarta y aún así no dejarían de ser finales.
Y probablemente, por defecto, finales tristes.
Todos tenemos cajas medio vacías, medio llenas. Todo se basa en enterrarlas de una puñetera vez, y así fluir.
Así volar por encima, sin ninguna cadena en el tobillo.
Así dejar volar hasta la taza del váter el maldito teléfono.
Así sentir por fin que somos capaces de, por lo menos, decidir que esto es un final.
Y decidir, que estamos cansados de boomerangs.
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