De vez en cuando dejo de pensar. Solo cierro los ojos, me siento en la hierba mojada y pienso en blanco, solo en blanco.
Pero de golpe, ese blanco se convierte en nieve, nieve que se funde para dar paso a la hierba mojada en la que estoy sentada, y a mi lado aparecen flores de colores, árboles que sorprendentemente rápido van creciendo para mi, de los que nacen manzanas que, bajo un sol quizás demasiado radiante, caen a mis pies, se pudren, se llenan de hormigas que las devoran con un hambre desesperada, y después de ellas caen las hojas de todos los árboles que han ido creciendo, y mientras caen pasan de ser de un color amarillo rojizo a un verde radiante, para morir finalmente en un marrón fundido con miles de hojas más en el suelo otoñal que se desvanece ante mis ojos mientras unas perlas blancas lo cubren todo como las mentiras cubren la verdad, dejandolo todo igual, todo tan bonito que hasta parece irreal, y es irreal porque bajo esa mentira tan bien hecha hay y sé que aparecerá la hierba mojada donde realmente estoy sentada, y de golpe abro los ojos y solo veo esa hierba, no hay manzanas, ni hojas podridas, ni hormigas que se comen las ganas de sentir para dejar solo una ínfima huella de existencia.
Estamos solos; la hierba, los sentidos y yo.
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