A Benjamín los días de lluvia le encantaban. Era difícil de explicar, pero a menudo salía más de casa cuando llovía. Era de ese tipo de personas a las cuales les daba igual sentirse humillados, desdichados o pasados de moda.
Sí, pasados de moda, ya que él tenía treinta años cuando ocurrió esto. A los diez años, aprendió que no todo es lo que parece. A los quince, que no todas las mujeres son como parecen ser. A los veinte, que el trabajo no vale la pena si no es satisfactorio. Y llegados a los treinta, ya casi había descubierto el significado de la vida. Muchas personas le describían como un chico solitario y tristemente feliz.
Pero lo gracioso es que nadie le conocía en realidad.
Nunca se había encariñado con nadie lo suficiente como para explicarle sus pensamientos. Nunca alguien le había demostrado afecto como para ayudarle directamente. Porque indirectamente, él siempre ayudaba.
Nadie se daba cuenta, y por supuesto nadie le daba las gracias. Pero hasta los veinticinco, el siempre servia a los demás, fueran o no fueran buenas personas como él.
Al decir que les servía me refiero a que él vivía para los demás, pero no dejaba de buscar el sentido de su vida.
Después de darse cuenta de que no había sido creado para eso, dejó de regalarse, y se perdió un gran ángel de la guarda.
Un lunes siete de octubre, salió de casa. Sin ningún motivo aparente y sin hacer caso de las voces de sus vecinos murmurando sobre él. Llegó caminando hasta el límite entre su pueblo y el siguiente. Lo único que cambiaba era el suelo, antes de cuadraditos blancos y rojos y ahora de rombos rojos y blancos. El paisaje era el mismo; el mar frío y desnudo y la arena blanca y lisa. Sólo cambiaba un pequeño detalle, el que le había hecho salir de casa y acercarse hasta el mar, tan conocido, tanto por él como por todos los vecinos de aquel pueblo, bañado por las aguas del Mediterráneo.
Porque claro, para alguien que no siente más que lo que toca, que no oye más que lo que escucha y que no ve nada más que lo que mira, ¿qué puede sentir al ver el mismo paisaje (el mismo para él) cada día?
Benjamín no lo sabía. Benjamín era diferente, ¿por qué no lo veían?
Aunque a él le diera igual que nadie le entendiera, por dentro tenía la esperanza de encontrarlo. El significado de su vida. Sabía que existía, todo el mundo tenía uno.
Y él llevaba soñándolo tanto tiempo...
que ya casi le parecía un espejismo.
Pero aquello que le hizo salir de casa sin motivo aparente y caminar rodeando toda la playa...
Sabía que aquello valía la pena.
Necesitaba creerlo. Igual que sus vecinas cotorras necesitaban cotorrear sobre él. Igual que un creyente necesita rezar. Igual que una madre necesita a un hijo.
Necesitaba aferrarse a esa idea, mecerse abrazándola.
Se acercó al muro que delimitaba el principio de la playa y lo que vio no le sorprendió para nada.
Llevaba soñándola durante años.
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